Permitidme que comparta en su
adiós una vivencia personal con él. Cuando yo comenzaba a tener contacto con la
Medicina conocí a quien todos sus amigos y colegas le llamaban Antón en el
Hospital de Basurto. Desde entonces, no le perdí como referente de persona
buena y de buen médico. Nos volvimos a encontrar en la Comisión de Deontología
y durante muchos años hemos trabajado juntos aprendiendo siempre de él.
Entonces le pedí que me ayudará a dirigir mi tesis doctoral como doctor que él
era en Medicina e Historia. Durante más de dos años recibí sus consejos y me
ayudó como se ayuda a hacer “los deberes” al hermano pequeño. Pero su
enfermedad le obligó a abandonar la Comisión de Deontología con gran pena para
todos los que la componíamos. Fue entonces cuando me dijo que tenía que cambiar
de director de tesis porque ya no tenía fuerzas para ayudarme; las fuerzas
ahora las tenía que dedicar a sobrellevar su enfermedad. Me pidió que
invirtiéramos la ayuda, que a partir de ahora fuera yo el que le ayudara en su
final como amigo y como experto en Cuidados Paliativos. Os aseguro que para mí
ha sido un gran honor estar junto a Antón y Ana Mari, su mujer, cuando su
enfermedad nos lo quería arrebatar de su familia y de sus amigos. Siempre me
recibía con una sonrisa, mientras yo lloraba “por dentro” por no poder hacer
más por quien tanto había hecho por mí, me enseñó a ser buena persona y buen
médico, a ser “el médico fiel”. Al irme de su casa, donde aprendí cada día
cuánto él quería a su familia y cuánto su familia le quería a él, siempre se
despedía con un mensaje a través de su voz emocionada: “dales un abrazo a
nuestros amigos de la Comisión con los que siempre me he sentido muy a gusto y
muy querido”.
Deseo recordaros un pasaje de su
segunda novela histórica, EL MEDICO FIEL, en la que Antón describe muy bien
cómo hemos de comportarnos los médicos ante un enfermo al final de la vida:
“Yo vengo todos los días –siguió diciendo-, pero ya
no sé que decirle a esta gente. –Tras hacer una pausa, le preguntó a su amigo-
¿Tú qué dices cuando un enfermo empeora y día está mal y el otro peor?
A veces, nada, porque tampoco sé qué decir.
Esto es lo terrible. Los médicos estamos obligados,
cuando podemos a curar; aliviar el dolor cuando no podemos curar, pero lo malo
es cuando las boticas no sirven ni siquiera para esto y ya le has dicho a la
familia todo lo que sabes, porque también las palabras se acaban.
Tienes razón. Y tú, ¿cómo sales de ello?.
En esas circunstancias, querría salir corriendo y
no volver más, que es, precisamente, lo que no podemos hacer. Cuando ya no se
sé qué hacer me quedo sentado en una esquinita de la cama, les cojo de la mano
con la excusa de tomarles el pulso, les miro a la cara y me callo…”
Como veis, Antón, hasta en sus
novelas, transmitía mensajes con gran contenido de doctrina deontológica y, en
este pasaje, nos da una gran lección sobre la atención médica al final de la
vida.
Cuando acudía a visitarle, me
sentaba junto a él le cogía de la mano y nos mirábamos. Con su sonrisa y su
mirada me pedía que le ayudará a no sufrir.
Adiós Antón.
Jacinto Bátiz, amigo de Antón
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